martes, febrero 02, 2010

LOS DOS TÉRMINOS

¿Qué es mejor: la voluntad o el razonamiento?

Una de las cualidades de mis padres es que son osados, se arriesgan muchas veces sin pensar en las consecuencias. Parece como si no tuvieran miedo en sus corazones y por un momento llegan a creer que todo es posible. No ven empresa alguna imposible y si está en sus manos harán todo a su alcance por conseguirla, como si tuvieran una voluntad infranqueable de hacer cosas en el momento, de pensarlo después y recomponer lo necesario en el camino.

En cambio yo intento tener el control, pensar las posibilidades de cada opción, midiendo pros y contras, tratando de evitar situaciones y de generar otras, previendo los imprevistos y visualizando los beneficios. Trato de hacerme la vida fácil, de llegar lo más cómodo posible. Pienso demasiado, a tal grado de que si las dificultades previstas son muchas me hago a un lado. O si lo analizo de más termino dejándolo.

A veces me gustaría ser como ellos, sobre todo en este momento. Decidieron meterse al negocio de los antojitos. Mi papá tuvo la idea de vender tacos y mi madre de vender arrachera sola o en hamburguesa y costillas bbq. No es la primera vez que se meten a cosas que no saben hacer, como el negocio de la papelería, de la barbacoa o la venta de comida por kilo. En la pape y la comida les fue bien mientras lo administraron, al principio se dieron sus topes con la pared y después aprendieron poco a poco de qué se trataba el negocio. Antes era chico y miraba de lejos. Hoy por voluntad propia, en un afán de aprovechar mi circunstancia y estar más con ellos trabajo en su nuevo negocio.

Es imposible que ante dos actitudes tan contratantes no choquemos. Yo meto mi cuchara donde no debo y lanzo sugerencias como dardos, como si quisiera ser la voz de la razón que termina siendo una crítica inmisericorde. Ellos hacen bien en defender su postura y no escuchar mis reclamos, no desisten y salen librados del tiroteo. Y entonces sucede lo imposible: yo lo pienso menos y actúo más; ellos me escuchan y comienzan a planear para ejecutar en el segundo acto.

No puede haber queja sobre el esfuerzo que estamos poniendo en esta nueva empresa, lo hemos dado todo. No está exenta de errores: se compra de más, se pierden detalles, se olvidan cosas, se quema o se corta uno. Yo tampoco he sido perfecto (la primera cuenta la hice mal y la nula experiencia de mesero me ha pesado). Era una experiencia nueva, que no se comparaba cuando coordinaba gente en las convenciones me sentía tan fuera de control ni cuando escribía de tecnología sin entender ni papa. Algo que no quiero para mi vida le estoy empezando a tomar gusto y cariño… en verdad no me entiendo, pero estoy disfrutando de algo que no pensé que haría. En verdad amo servir.

Es lo que tengo, no hay más por el momento. Estoy con mis padres y a pesar de que somos diferentes, buscamos el punto de encuentro. Mi madre siempre impetuosa, mi padre que tiene fe que su idea va a pegar y yo, en metamorfosis, con el conocimiento de que si esto no funciona no habrá alguien que llegue a mi puerta para ofrecerme una vida que ya me urge tener. Tengo miedo porque no soy un hombre de ímpetu y mucho menos de fe. Siento como si el futuro fuera un vacío donde me dicen que hay un puente invisible, yo cierro los ojos y doy un paso esperando sentir algo que mis ojos no ven. Quizá por eso mi actitud crítica del principio. Cambió el pensamiento por el esfuerzo y comienzo a sentir un piso bajo mis pies, aunque sigo sin verlo con ojos abiertos.

Lo que me consuela, en cambio, es lo intangible. Si todo sale bien, a finales de septiembre estaré cruzando Abbey Road sin zapatos ni calcetines, como lo hiciera McCartney hace 40 años atrás.

Aún sigo sin saber si es mejor la voluntad o el razonamiento; sin embargo puedo ver que en algún momento esos dos términos se encuentran para lograr grandes cosas.

Nos vemos en el futuro.

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